Ignacio Ara, investigador del Department of Biomedical Sciences que forma parte y es miembro del Copenhagen Muscle Research Center (CMRC), ha realizado un proyecto que ha conseguido unir los esfuerzos de la universidad y las administraciones (Gobierno y Ayuntamiento) para profundizar en los efectos que la actividad física tiene en los niños y los cambios que provocan el crecimiento, el ejercicio, la nutrición y el desarrollo.
En 2008, constató que los niños que hacían actividades extraescolares (3 horas a la semana) eran capaces de tener composiciones corporales más saludables, tanto en masa muscular como masa grasa. Había diferencia en cómo tenían por dentro el cuerpo, especialmente en la grasa visceral, la más perjudicial para la salud.
Tras recabar los primeros datos, hicieron un seguimiento a los niños y tres años después repitieron las pruebas. Los que seguían siendo activos (o seguían sin ser activos), confirmaban lo visto anteriormente. Los activos disminuían la asociación entre su grasa y su cuerpo, al tiempo que los otros la aumentaban. "El efecto específico de mantenerse activo hacía que acumularan menos grasa".
Esto llevo a Ignacio Ara a desmontar un mito. ¿Quiénes son los niños que más comen? Otro profesor de la Universidad de Castilla La Mancha detectó que eran los que más se movían. “La obesidad infantil, hasta ahora, se afronta diciéndole al niño que no coma tanto y haga algo más de deporte. Y eso puede llevar a perder peso de donde no es”, explica, preguntándose si el tratamiento que reciben los niños obesos es el adecuado.
¿Dieta? ¿Consejos nutricionales? ¿Actividad física? ¿Quién proporciona ese tratamiento? ¿Cómo se lleva a cabo? ¿Dónde se realiza la Actividad Física? ¿Esa Actividad Física está adaptada a las característica de los niños obesos (adherencia)?
Entonces, puso en marcha su pequeño proyecto con una duración de tres meses, dos días a la semana y 90 minutos por sesión. Los padres comenzaron con dudas la experiencia de sus hijos, donde había actividades variadas (juegos aeróbicos, fuerza, piscina…) con un ritmo medio superior a las 150 pulsaciones por minuto. Además, en la dieta, consejos generales. Y un punto importante, distribuidos en grupos donde su condición física era similar.
Los resultados al mirar la báscula, después de tres meses de entrenamiento, reflejaron que sólo habían bajado entre medio kilo y un kilo de media. Pero este dato era engañoso en un primer vistazo. Su composición corporal sí había cambiado significativamente: la masa grasa bajó más de 1,5 kg y la masa muscular creció 1,3 kg. Su cuerpo era diferente, su salud mejor y habían perdido parte de la grasa más perjudicial (la del tronco)
La actividad física aumentó el gasto energético, bajó el sedentarismo y esto también les llevó a un control del peso. ¿Y qué pasaba con el apetito? En los tres meses, también se logró influir en los comportamientos de los niños a la hora de comer descontroladamente y se reducía comer en exceso frente a situaciones de estrés emocional, junto con cambios positivos en la composición corporal.
"La característica natural del ser humano es el movimiento. Y para moverse, no necesita nada más que su cuerpo. No le pongamos tantas barreras". Es la afirmación que realiza José Antonio Casajús Mallén, especialista en Medicina de la Educación Física y del Deporte, para apuntar que el ejercicio físico también es medicina: "Es una frase muy bonita, pero todavía tiene poca penetración en el campo sanitario".
Entre sus objetivos está incluir el ejercicio físico en los tratamientos médicos, la prevención primaria y secundaria, así como en los planes de estudio de los estudiantes de medicina y profesiones sanitarias (esto último más a largo plazo). Casajús cree que la prescripción del ejercicio físico debe partir desde un diagnóstico y eso lo debe realizar el personal sanitario. A partir de ahí, debe haber unos profesionales que sepan desarrollar ese cuadro de recomendaciones.
"Hay que diferenciar con claridad la actividad física y el ejercicio físico", resalta este catedrático de la Universidad de Zaragoza y presidente de la Red española de Investigación en Ejercicio Físico y Salud, más interesado por la segunda parte que por la primera: "Ahí sí que hay una individualización, una estructura, un objetivo y un diagnóstico. La actividad física es una recomendación que hace cualquiera como dejar de fumar o salir a andar".
Su idea es hacer que las personas se muevan un mínimo de 30 minutos al día (a partir de los 18 años), aunque el efecto también sería mínimo sobre la salud si no se realiza algo más. Hay una relación de dosis-respuesta.
Entonces, argumenta Casajús, se debe realizar una prescripción de ejercicio físico como si fuera la de un medicamento. Pongamos un ejemplo de lo que intenta emular con los paréntesis de lo que sería la receta deportiva: recetamos un ibuprofeno (caminar) de 600 miligramos (3-5 kilómetros sin pendiente) tres veces al día cada ocho horas (cinco días a la semana) durante una semana (40 minutos por sesión durante tres meses).
Antes de eso, argumenta el experto en medicina deportiva, se debería hacer una valoración de la actividad física del paciente hasta utilizar herramientas sencillas, rápidas y eficaces para prescribir ejercicio físico en la dosis adecuada para la prevención y tratamiento de patologías crónicas. Por último, proporcionar un listado de programas, lugares y profesionales que ofrezcan al paciente la oportunidad de llevar a cabo la prescripción de ejercicio físico indicada. Pueden ser centros deportivos municipales, parques, centros hospitalarios...
"Logroño y La Rioja es un buen lugar para iniciar la chispa de crecimiento en el ejercicio físico: es llano, no muy grande…", relata, al tiempo que aconseja utilizar los avances tecnológicos para monitorizar, dirigir y dar resúmenes de la actividad realizada: "Hoy, todo el mundo tiene un smartphone".
Da igual la edad, su estilo de vida, peso… la actividad física disminuye la mortalidad en un 30%. A pesar de que pudiera haber una lesión corriendo, tiene más beneficios que desventajas. El problema en el deporte popular es cuando se entra en la intensidad. No hace falta mucha preparación para correr diez kilómetros, pero sí para hacerlos en 35 minutos”, concluye, rematando que los deportistas olímpicos son gente rara porque tienen otra genética: "No tienen que ver con el resto de la población. No hay que fijarse en ellos, aunque todavía no está marcada la dosis que pudiera ser tóxica. Lo que sí está claro es que hay un mínimo".
La evolución humana nos ha llevado, explica Manel González, licenciado y Doctor en Medicina y Cirugía, a contar con una adaptación genética orientada hacia la actividad física: los "genes ahorradores metabólicos", que aprovechan todo lo que ingresamos en cuanto a comida. "Estamos preparados para que un músculo utilice energía (el ser humano es una máquina diseñada para el movimiento) y, si no lo hacemos, acumulamos grasa", detalla.
Hemos pasado de ser genéticamente activos a pasivos, destaca, señalando que esto también ha generado en otros problemas en cuanto a patologías crónicas porque la población está cada vez más envejecida, hay más obesidad y menor actividad física que en los inicios de la humanidad como tal, cuando eran cazadores y recolectores.
Una vez sabemos esto, plantea el jefe de la Unidad de Medicina del Deporte Xarxa Santa Tecla Sanitària i Social de Tarragona, podemos concluir que la inactividad física está relacionada con otros problemas como las enfermedades cardiovasculares o pulmonares. Por ello, se debe poder cuantificar el ejercicio físico en intensidad, tiempo y volumen (de forma objetiva en ‘mets’) para conocer cuánta energía consumimos al hacer determinadas actividades: hacer una carrera suave, por ejemplo, resulta un gasto cinco veces mayor a estar sentado.
"En función de la edad y el sexo, tenemos una previsión de capacidad física y, cuanto más somos capaces de generar energía, la mortalidad es menor", clara, poniendo el acento en que si metemos en la ecuación las patologías crónicas, el riesgo de muerte de las personas que tienen actividad física es mucho menor y que si lo clasificamos con el índice de masa corporal, este es menos influyente: "Importa más la actividad física que el peso o sobrepeso".
Como se puede calcular la intensidad y el volumen de la actividad física, enfatiza el doctor Manel González, podemos utilizar el ejercicio físico como fármaco para determinados problemas. Primero necesitamos un diagnóstico y saber si el paciente es susceptible de adaptarse a este programa, aunque no es el mismo para todos.
Este depende de muchos factores como su nivel de actividad (deporte profesional, deporte de élite, deporte de competición, deporte recreacional, sedentarismo) o su problema (obesidad, HTA, dislipemias, diabetes, asma, disnea, estudios de crecimiento, cardiopatías, cáncer…).
Este modelo de "prescripción de fármacos" que pretende implantar Manel González sería similar a ir al médico porque te duele la cabeza: igual que cuando te recetan un ibuprofeno vas a una farmacia a comprar, lo mismo con el ejercicio físico. Tenemos que generar 'farmacias' para que las personas vayan con su programa específico realizado por niveles o por patologías.
"Habrá que darle una 'receta', que sería un informe médico, para realizar la actividad física", explica, apuntando que el tratamiento sería un consejo de actividad física y una prescripción de los ejercicios a realizar mediante consejos breves, educación individual o grupal, interconsultas con especialistas (médico del deporte) y, en un punto más alto, derivación a programas de ejercicio físico saludable.
Hay una falsa creencia al unir el sobrepeso y el sedentarismo como un mismo problema, pero en realidad se consideran dos factores totalmente diferentes. ¿Y el que mayor incidencia tiene sobre la mortalidad en el mundo? Segunda falsa creencia. La falta de actividad física está por delante de los kilos de más en la báscula, ocupando el cuarto lugar.
Y es que la inactividad física es uno de los principales factores de riesgo de padecer enfermedades no transmisibles (ENT), como las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y la diabetes, según explicó el director de la Agencia Española de Protección de la Salud en el Deporte (AEPSAD), José Luis Terreros.
En una conferencia pronunciada en las jornadas 'El movimiento es salud, recétalo, dispénsalo', Terreros señaló que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha realizado un mandato a varias instituciones para que desarrollen recomendaciones a implantar sobre los ejercicios a realizar en la prevención de enfermedades: "Siempre es mejor hacer algo que no hacer nada, ya que no hay un mínimo de actividad física ni un máximo fijado".
"Los niveles de evidencia", relató este doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad Complutense, han indicado a lo largo de los últimos años que la actividad física mejora el estado muscular y cardiorrespiratorio de las personas, al tiempo que reduce el riesgo de hipertensión, cardiopatía coronaria, accidente cerebrovascular, diabetes, diferentes tipos de cáncer (como el cáncer de mama y el de colon) y hasta la depresión.
Además, en el caso de las personas mayores, reduce el riesgo de caídas y de fracturas vertebrales o de cadera; y es fundamental para el equilibrio energético y el control de peso. Los datos son algo tranquilizadores. "El porcentaje de práctica deportiva, al menos una vez semanal, entre personas de los 15 a los 65 años, se ha duplicado en los últimos veinte años del 27 al 54%", destacó Terreros, poniendo el acento en que el sedentarismo desciende en España a un ritmo del 2,5% anual.
El director de la Agencia Española de Protección de la Salud en el Deporte apuntó que un estudio ha concluido que, si cada año se consiguiera hacer caminar una hora tres veces a la semana a 100.000 españoles que ahora son sedentarios, se reduciría la mortalidad anualmente un 17% y esto acabaría revertiendo en un ahorro de 60,4 millones de euros para las arcas del Estado.
Por tanto, concluye, la actividad física también es una inversión que se debe impulsar desde la Administración, aunque todos deben poner su granito de arena.
Y para muestra de los grandes beneficios a todos los niveles, el programa de salud de Mahou: los trabajadores que contaban con un programa de actividad física con las directrices de la OMS tenían el 50% de bajas menos que los sedentarios y su riesgo cardiovascular también era menor. A la empresa le costaba 220.000 euros y tenía un impacto sobre las bajas de 630.000 euros en ahorro (una rentabilidad del 188%).